En Perú en el check-in. Nuestra meta: volar a Colombia.
Facturación: “¿Tiene un boleto de salida de Colombia que pueda mostrar?”
Le decimos: “No, no tenemos”.
“Un momento, por favor. Necesito hablar con mi jefa.”
Estamos un poco nerviosos. Sabíamos que necesitamos pruebas de que estámos saliendo de Colombia otra vez. Pero no las tenemos, porque no sabemos cuándo y dónde nos iremos. Esperábamos poder entrar a Colombia así, de alguna manera.
La señora de la facturación está regresando.
Facturación: “¿Tiene alguna otra confirmación de su salida de Colombia?”
Le decimos: “No”.
Facturación: “¿Tiene un boleto de avión de vuelta a su país?”
Le decimos: “Tampoco”.
Cara estupefacta de su parte.
Facturación: “¿Tienen suficientes recursos para comprar un boleto de salida si la migración en Colombia lo exige?
Le decimos: “Sí”.
“Bien, aquí están sus pases de abordar.”
Puhhhh. Eso funcionó.
Aterrizamos en la capital colombiana, Bogotá, y tomamos un taxi hasta el hostal. Se debe tomar un taxi de adentro con licencia. Los taxis amarillos afuera a veces secuestran a los turistas y extorsionan los pins de las tarjetas de créditos. Se debe asegurarse del precio antes de subir, frecuentemente los taxímetros son manipulados. Y a los taxistas les gusta dar vueltas extra. No debes tocar el diario de atrás. Podría haber gotas de nocaut encima. Ooh. Las indicaciónes de viaje y seguridad para Colombia son de otro calibre. Pero yo me acuerdo de Colombia de una manera completamente diferente. Hace nueve años, cuando las FARC rebeldes todavía cometían sus excesos, los colombianos estaban increíblemente felices por cada turista. E increíblemente agradables y serviciales eran. Ese es mi recuerdo de Colombia. Gente cálida que hace todo lo posible para liberarse de su reputación internacional.
Decidimos viajar a la costa caribeña como nuestro primer destino para poder nadar. Se supone que es bueno para mi pie. Aterrizamos en un pueblito hippie llamado Palomino. En Colombia no se recomienda acampar salvajemente. Pero nuestro alojamiento ofrece pernoctaciones en tiendas en el pueblo, un poco más cerca de las montañas que en la playa. La tienda es enorme. Podemos pararnos adentro, tenemos un colchón, un ventilador, aire acondicionado y nuestro propio baño. El desayuno nos preparan cada mañana. Suena noble y también lo es: “Glamping” – glamouroso camping. ¿Eso es algo para nosotros?
Los primeros días estamos destrozados. Dos meses estuvimos en las montañas a unos 3000 metros. El calor y la humedad nos están matando. Por la mañana el sol golpea, por la tarde salen nubes de tormenta y la lluvia cae encima de nuestra tienda. Nos sentimos como en la casa de los anfibios del zoológico. Intentamos poner remedio con el aire acondicionado. Refresca y también puede deshumidificar. Ahhhh. Encantador. Ahora me doy cuenta de por qué la mesa de ping-pong y el campo de pelotas son tan pequeños aquí. No te muevas porque ya sudas cuando estés de pie o sentado.
Poof. Corte de luz. Así que afuera, donde sopla un poco de viento. Por la mañana solemos ir al mar con sus peligrosas corrientes. La bandera roja está ondeando. Muy cuidadosamente nadamos cerca de la playa. Por la tarde solemos levantar los pies y leemos. Por fuera, el agua gotea por la tienda de campaña hacia el prado. Por la noche, mientras nos dormimos, escuchamos a las innumerables ranas en su concierto. Con las variaciones más divertidas de croar. Los pájaros cantan por la mañana. Y también el gallo del vecino, que tiene mi compasión porque suena como si alguien estuviera tirando su cola cuando el canta.
Hacemos caminatas por la playa, tubing en el río y visitamos las cascadas cercanas. Como mi pie todavía me duele a cada paso, se me permite explorar los senderos a caballo. Observamos a los lagartijas turquesas corriendo y el duro trabajo de las hormigas cortando radicalmente el árbol al lado de nuestra tienda. Por la noche cenamos, siempre en un restaurante diferente. Debe haber una escuela de cocina cerca del pueblo, decidimos. No hay otra explicación para la alta densidad de los restaurantes extremadamente deliciosos y bien calificados. Matthias está muy contento con los numerosos platos de mariscos. Como bailar todavía no es una opción, volvemos a nuestra tienda al anochecer. Y seguimos leyendo o viendo películas que nos llevamos con nosotros. O averiguamos adónde vamos después… Poof. Corte de luz. Noche negra. Y oímos la naturaleza que nos rodea….